“Investigamos juntos dialogando…”
¡Atrévete a saber!
¡Atrévete a pensar!
Momento: Viernes día 23 de Noviembre a las 17:30
Lugar: Biblioteca IES Juan de la Cierva
Organizan: Departamento de Filosofía y Biblioteca
En el primer Café filosófico....
Sobre el dolor
Café filosófico Juan de la Cierva 1.1
19 de octubre de 2012, Sala de Biblioteca,
17:00 horas.
Y aunque no me
creáis y penséis que hablo con evasivas, debo deciros que el mayor bien para un
humano es tener conversaciones cada día acerca de la virtud y de los otros
temas de los que vosotros me habéis oído dialogar cuando me examinaba a mí
mismo y a los demás, y si digo que una vida sin examen no tiene objeto vivirla
para el hombre, me creeréis aún menos (Platón, Apología de Sócrates).
En cuanto a todas las cosas que
existen en el mundo, unas dependen de nosotros, otras no dependen de nosotros.
De nosotros dependen nuestras opiniones, nuestros impulsos, nuestros deseos,
nuestras inclinaciones, nuestras aversiones; en una palabra, todas nuestras
acciones. Las cosas que no dependen de nosotros son: el cuerpo, los bienes, la
reputación, los cargos; en una palabra, todo lo que no es nuestra propia acción
(…) Pon al punto tu esfuerzo en
responder siempre a toda representación perturbadora: “Tu no eres sino una
representación, y en absoluto eres lo representado”. Y luego examínala con
atención y ponla a prueba, para ello sírvete de las reglas que tienes,
principalmente con esta primera que versa sobre si la cosa que te hace sufrir
es del tipo de aquellas que dependen de nosotros o de aquellas que no dependen
de nosotros. Y si se tratara de estas últimas, di sin titubear: “no tiene que
ver conmigo (Epicteto, Manual).
¿Cómo nos puede ayudar el dolor?
El primer café
filosófico era un escenario nuevo para todos. Este cronista preguntó al
moderador de dicho encuentro filosófico cómo era posible que tanta expectativa,
como decía que había suscitado, hubiera convocado a un número tan escaso de
participantes. Y el moderador que lo que quiere es aprender, y casi no sabe
otra cosa que preguntar, trasladó la pregunta a alguien más instruido en las
cosas del lugar: muchos quisieron saber qué era eso de un “café filosófico”
(tamaña rara mezcla), les picaba la curiosidad pero no habían dado el paso de
probar la experiencia y descubrirlo por sí mismos. Y pudiera tener bastante de
cierto, pues, ¡hay tantas cosas que, en este mundo tan complejo y cambiante que
vivimos, nos llaman la atención!
-¿Quieres decir que
tanto estímulo paraliza la curiosidad?
-Pudiera ser. Sólo
los dioses lo saben.
-¿Qué podría
aportar, entonces, una reunión como la nuestra, filosófica, en un mundo
aparentemente tan poco dado a la filosofía?
-Por lo pronto, profundizar
nuestra curiosidad.
Por una vez,
durante un rato, hacemos un paréntesis en la rutina que pasa de puntillas por
todo lo que nos interesa, sin darnos tiempo a juntar un poco de buena miel de
polen del mismo jardín. ¿Nos bastará una miel de mil flores de mil jardines?
¿Un poco de todos los jardines y ninguno del todo? Si somos como abejas
buscando el mejor polen que pueda dar el tono personal a la miel de nuestra
vida, para que no sea muy amarga y nos permita reconstituirnos de vez en cuando
con su tónico, alguna vez tendremos que pararnos a examinar cómo nos va nuestra
vida y que no se nos pase sin haberla pasado, sin habernos dado cuenta.
Sócrates, en cuya práctica se inspira este tipo de encuentros, reivindicaba
constantemente para sus conciudadanos el gusto por una vida examinada, que de
lo contrario no merecería tanto la pena ser vivida.
El moderador del
encuentro hizo una escueta presentación de lo que iba un café filosófico y contó
un poco del procedimiento habitual que se seguía. A continuación, propuso que
indicaran, cada una de las personas asistentes, qué les había traído a la
reunión, el motivo que les había impulsado, a través de un concepto. (Al ser
escasos los participantes, más preciosos se volvían entonces los motivos). Estaba
verdaderamente intrigado por saber de tales motivos supervivientes. Pues bien, allí
estaba el estímulo de la curiosidad, pero esta vez sí, una curiosidad
consumada; la cortesía de corresponder a quien proponía una actividad
nueva, ¿tendría su propio motivo? (esto se notaría por su implicación, y ¡vaya
si se notó!); probar algo distinto, era joven y todos los que se sienten
jóvenes tienen la experimentación a flor de piel; observar y aprender,
aunque se le advierte que allí aprenderá pero participando, y así fue el tiempo
que pudo quedarse con nosotros; finalmente, no se pudo saber desde el principio
la motivación del último de los participantes pues confundió la hora de
comienzo de la reunión, pero tuvo la ocasión de participar más que suficiente. Era
el único alumno que asistió, y menos mal que asistió, pues sin él no hubiéramos
llegado al territorio que llegamos. ¿Queréis saber hasta dónde? Ya que no
estuvisteis allí, no os queda otro remedio que atender a este relato. Pero
debéis saber que con vosotros todo hubiera sido completamente distinto.
¿Qué seducía aquel
día a los participantes? ¿Qué flotaba en el ambiente de la reunión? El único
candidato invocado quería y no quería salir a la palestra. Pero hubo de dar un
paso al frente y resistir, pues aunque mirase hacia atrás de reojo, por ver si
podía compartir el peso de la investigación, no había nadie más. Alguna razón habría,
que tendríamos que descubrir, para que no pudiera competir con otros asuntos,
aquella tarde un poco gris y macilenta. Así emergió, como Afrodita de entre la espesura
de la espuma, el dolor, y como todo dolor se siente y si no, no es
dolor, estaba claro que se había convocado allí, para investigarlo juntos, al
dolor emocional.
Si la filosofía es
como Eros, según cuenta Diotima en el diálogo platónico Banquete, la
pregunta que esta vez se lanzó fue, como siempre por amor. En este caso, por amor
al dolor. (Y ya veréis por qué decimos esto). Así que se le lanzó al dolor este
constructivo e inquisitivo dardo: ¿Cómo nos puede ayudar el dolor? Y se
comienza la indagación. Costaba arrancar. Era normal dada la situación y la
dificultad del asunto. Un tema que no tuvo alternativa, recordemos. En un café
filosófico la relación siempre es personal, pero, al ser tan pocos
participantes, acechaba el riesgo de que fuese demasiado personal. Ni corto ni
perezoso, el moderador decidió agarrar el toro por los cuernos. Así se
comprobaría que aquella reunión es personal, porque se viene allí como
personas, pero a cobijo de la personalización. ¿Qué es lo que nos preocupa del
dolor? ¿Qué es lo más doloroso del dolor?, preguntó. Por ver si, una dosis controlada
en forma de indagación racional conjunta, podría servir de vacuna contra el
dolor que sentimos dentro de nosotros.
Dos de las
participantes se implicaron más personalmente, los demás ayudarían a esclarecer
por qué algo determinado puede ser lo más doloroso del dolor. Comienza la
persona que había ofrecido el tema: lo más doloroso es perder el control de
ti mismo, cuando estás padeciendo un dolor, el no poderlo controlar, la
falta de autocontrol. Si no fuera así, el dolor quizás se podría afrontar en
mejores condiciones. Esto quedó claro relativamente pronto, y listo para una ulterior
respuesta. La segunda aportación necesitó más trabajo por parte del grupo. Pero
en el trabajo está el aprendizaje, lo mismo que en el camino está el viaje, ya
lo sabemos. Más doloroso es cuando el dolor es de otros y no puedes
hacer nada.
-En ese caso, ¿qué origen tiene?; en el fondo, ¿qué es entonces lo que
más duele?
-La melancolía, la desazón
que te produce.
-Pero, ¿esto es una
causa o un efecto, origen o consecuencia?
-Te sientes
impotente. Acompañas al otro sin poder ayudarle.
-Y eso, ¿es la
causa o el efecto?
-Estás a la espera.
Lo sigues con empatía.
-Si no puedes
ayudarle, y estás a la espera de ver cuándo puedes ayudarle, ¿qué produce el
dolor?
Con la ayuda del
grupo se establece que el origen de dicha forma de sentir dolor estaría en no
poder ayudar, que el malestar viene provocado por la impotencia. Y como
todo lo que decimos y hacemos nos muestra a nosotros mismos, quisimos indagar
si el dolor por los otros tenía que ver con nosotros mismos. En realidad, casi
no importa demasiado de qué se hable, sino que en un diálogo socrático se
examina a quien habla. Y al final de la investigación no importa tanto el haber
resuelto o no la cuestión, sino que importa si yo sigo siendo la misma persona.
Esto mide la calidad de un diálogo.
En aquél preciso
momento se produjo un viraje en la discusión, promovido por el moderador. Como pudiera
suceder que el dolor nos estuviera atenazando más de la cuenta, se propone un nuevo
escenario que valga de “campo de pruebas”. El escenario para la prueba es (¡no
os lo vais a creer!), el amor. Parecía algo muy alejado e incomparable,
a primera vista. Aunque, aprovechar la ocasión para pensar lo impensable
puede que sea uno de los grandes beneficios de una reunión como la nuestra. Pues
bien, ¿es posible sentir el dolor de los demás, si uno no siente el dolor de
si mismo? Y ahora trasportado al nuevo escenario: ¿puede uno amar a otra
persona, si no se ama a sí mismo? La pregunta parece chocar un poco al
principio a los participantes, y en los rostros aparece la extrañeza (buena
cosa: ya sabéis que el asombro es el origen del filosofar).
-Sí que es posible.
Uno puede amar profundamente a alguien que admira, a alguien que tiene idealizado.
-¿No hay ningún
problema en ello?
-Ningún problema.
-¿Y no habría en
ese amor subordinación? ¿Eso es amor?
-Es un amor como el
que más. Cada uno puede amar como quiera.
Efectivamente. No
discutimos las distintas formas de amar. Cada uno es libre de amar como quiera.
Pero, ¿eso significa que todos los amores sean iguales? Dos tesis entran,
entonces, en conflicto: a) tú puedes amar algo ideal que admiras, y eso lo
convierte en un amor ideal; b) amar no puede consistir en sentirte subordinado
a otro, amar es libertad y no supeditación.
-Lo ideal, ¿es
real?
-Sí, por cierto.
-¿Lo ideal se
cumple de un modo completo y acabado?
-No, nunca se
termina del todo de cumplir.
-Lo ideal, ¿es
real, entonces?
-Parece que no.
-Si estás de
acuerdo en esto, tu amor, si era ideal, no parece muy real.
Por eso puede haber
amores peligrosos en los que se llegue a confundir lo ideal con lo
real. Así, se comenta brevemente la falsa concepción de amor que está en la
base de numerosos casos de violencia de género. Pero, volvamos ahora, como hizo
el grupo, a la pregunta que introdujo el escenario del amor: ¿es posible amar,
si uno no es capaz de amarse a sí mismo? La respuesta fue unánime: no es
posible. Volvamos ahora a la pregunta sobre el dolor. ¿Qué hemos podido
aprender sobre el dolor a través de este rodeo por el sendero del amor? En este
momento del diálogo dos ideas entrelazadas parecían aflorar con fuerza.
(Recordad que estábamos analizando la segunda hipótesis sobre lo más doloroso
del dolor: que era “el sufrimiento ante el dolor de los demás”). Las dos ideas
enlazadas eran que: la espera, el acompañamiento del dolor de otro puede ser
provechoso, pues aprendes de su dolor, pero aprendes también acerca
de tu propio dolor. Y quizás, para ayudar al otro, y tener la calma y claridad
suficiente en la ayuda, uno tiene también que haber sido capaz de ayudarse así
mismo.
El final de la
investigación de aquella tarde estaba cercano. Las ideas surgían con gran
fluidez, después del trabajo que se había realizado previamente. Los participantes,
ya ni siquiera necesitaban moderación. Ellos mismos preguntaron: ¿por qué
duele el dolor? Y era una manera de descubrir cómo puede ayudarnos el que
algo nos duela, como desde el principio queríamos indagar juntos. (Y,
efectivamente, estaban más juntos que nunca, pues trabajaban al unísono, como
un equipo). La hipótesis fisiológica de que el dolor físico es una alerta
para avisar de un daño, y evitarlo, también podría aplicarse, quizás, a
nuestras emociones. ¿De qué te alerta el dolor? De tu depósito inflamable
dentro de ti. “Depósito” que inflama el dolor, y que lo inflama a cada
persona de una manera única y personal, en función de lo que cada uno tenga
dentro de sí. Por ejemplo, la muerte de una persona allegada podría afectarte e
incapacitar tu vida de una manera que sólo sería propia de ti. Y, como mínimo,
te puede alertar de que tú también tienes que morir algún día. Pero además, es
una alerta que no debes descuidar, pues te está alertando sobre ti mismo para
que aprendas de ti. Voy conduciendo por la carretera como si fuera la cosa más
normal del mundo, de tan habituado que estoy a circular; de pronto, veo un
accidente de tráfico, y al pasar junto a la camilla de la víctima que están
evacuado en ambulancia, todo cambia: siento el dolor del otro en mi y me
pregunto, sin darme cuenta, qué puedo estar haciendo mal últimamente en mi
forma de conducir, y me digo que no debo relajarme tanto.
No podemos saber en
general de qué nos alerta el dolor en un caso determinado, ni es el cometido de
una reunión tan limitada en el tiempo como la nuestra. Cada uno debe
descubrirlo por sí mismo o con la ayuda de otro. Y, como solía ocurrir sobre
todo en los primeros diálogos platónicos, la discusión no se cierra, sino que
incita a seguir dialogando. Los participantes lo quisieron llamar “y”, puesto
que es personal e intransferible, y nos emplazaron a continuar la búsqueda de
nuestro propio depósito de “y”, aquello que en mi es capaz de inflamarse y
producir graves quemaduras, para que, cuando salte la chispa, no se produzca
una deflagración incontrolada de dolor insoportable, sino un fuego con el que
poder calentarme un poco, de manera que sea más benefactor que destructor. Y lo
tengo que hacer en tiempos de baja temperatura y alta humedad, cuando todo a mi
alrededor no esté tan caliente que sea inevitable el estallido.
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